El secretario general de USO, Joaquín Pérez, reflexiona sobre este 2020 atípico que nos deja muchas pérdidas y un gran trabajo por delante para reconstruir entre todos

El año 2020 termina en nuestro país con 3,9 millones de desempleados, 600.000 más que a principios de año. 750.000 personas en situación de ERTE, más otros 360.000 demandantes sin empleo, con una precariedad anclada que parece asumirse y miles de empresas cerradas o con la persiana a media altura.

Comemos el turrón con una incertidumbre económica y laboral generalizada, con preocupantes datos de pobreza y exclusión, una desafección hacia la clase política y con las esperanzas puestas en la efectividad de la vacuna y los fondos europeos de recuperación. Todo ello en un contexto de transformación digital del que partíamos ya en desventaja.

2020 ha sido un año, sobre todo, poco humano. De pérdidas; con nuestros seres queridos a distancia; de consecuencias psicológicas; de fallos en la atención a nuestros mayores; de una juventud encerrada entre dos crisis; de demasiada gente cruelmente amortizada laboralmente.

Datos pésimos, y aún nos queda por saber la verdadera magnitud de la pandemia y su evolución en los próximos meses. Con medidas, pero sin hacer los deberes, una vez más.

Futuro de la UE y del modelo de globalización

La situación que hemos vivido este 2020 se ha comparado con la situación en Europa tras la II Guerra Mundial. Pero esta vez sin un Plan Marshall con fondos de fuera. Nos lo tenemos que montar nosotros.

Estamos ante un momento histórico que marcará el futuro de la propia UE y de los países que la integran. Del inicio de todo o de nada en el proyecto europeo tras el Brexit. De una Europa de mínimos o que aspire a ser pionera de progreso y sostenibilidad.

El covid-19 ha puesto de relieve la necesidad de revisar el modelo de globalización, para que sea válido para todos los ciudadanos y no sólo a una parte. Para que sea justo y solidario. Las políticas frente a los desafíos globales, tanto en términos económicos, sanitarios, climáticos, y comerciales, ya no se pueden dar desde los propios países. De la ambición y capacidad internacional -y en especial de la UE- para afrontar humanamente con valentía esos profundos cambios, dependerá sin duda la calidad de vida de los próximos años.

Necesitamos un rumbo claro, realista y viable

Pero para ello, en nuestro país, primero tenemos que tener claro el rumbo, y que este sea realista y viable. De populismos ya estamos servidos.

Es imprescindible y exigible una política de responsabilidad, rebajar la crispación y tomar el camino del esfuerzo por entenderse en los temas principales, en los cimientos sobre los que estamos obligados a construir el futuro para todos.

Es el momento de pensar en la gente. De otro modo sólo podemos aspirar a ir dando manos de pintura dependiendo del color del Gobierno que toque. Es hora de debatir, de analizar y proponer; de salir de la burbuja y del show en el que se ha convertido gran parte de la actividad parlamentaria. De reconstruir entre -y no frente- aquellos que la sociedad ha querido que nos representen.

Sin esa mínima estructura firme, de políticas a largo plazo, en forma de acuerdos básicos sobre economía, fiscalidad, lucha contra la desigualdad, educación, pensiones, protección social, innovación, infraestructuras, sostenibilidad y clima, democratización del sindicalismo, etc., difícilmente podemos incidir en la política internacional, cambiar, avanzar. Con voluntad, hay esperanza.