Hace un año, la pandemia por covid-19 desbordó la sanidad, pero la sobrecarga y la desprotección llegó también a los que, discriminados, constituyeron, “la segunda línea”

Hace un año que la sanidad se vio desbordada por el covid, que la sanidad no pudo proteger ni a su personal, ni de primera ni de segunda ni de tercera línea. Pero, además, hace un año de una dualidad que discriminó la protección de unos trabajadores de la sanidad frente a otros. Muchos colectivos que trataban directamente con enfermos o con residuos contaminados, contagiados, no tuvieron siquiera la consideración de “primera línea” que tuvo el personal estrictamente sanitario, aunque no se protegiera debidamente ni a los unos ni a los otros.

La pandemia puso en su sitio a la invisible “señora de la limpieza”. De pronto, las miradas se posaron sobre esta profesión olvidada, feminizada y precarizada. Pero su repentino reconocimiento social, la conciencia de lo crucial que resultaba su trabajo, no se tradujo casi nunca en mejores condiciones laborales o el respeto a la protección de su propia seguridad.

Un año después de que comenzara nuestra pesadilla como sociedad, la pandemia y el estado de alarma, queremos rescatar las experiencias de quienes fueron insustituibles para que los sanitarios pudieran afrontar la lucha contra el coronavirus covid-19.

La limpieza, una “segunda línea” que se enfrentaba a los desechos contaminados por el covid

Emilia González es delegada de USO en el Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña. “Nos enfrentamos a dos carencias. Una, que ya vivíamos desde antes de la pandemia, era que no se cubrían las incapacidades temporales de la plantilla. Pero, con la pandemia, el trabajo se duplicó para la misma plantilla, hubiera bajas o no. Y el otro problema fue la escasez de EPI. Reclamábamos continuamente material de protección, pero el disponible en el hospital era insuficiente para todos y llegó a haber choques con el personal sanitario. Nuestra empresa de limpieza tampoco se hacía cargo de la situación y nos aseguraban que tenían un acuerdo con el hospital, que nosotras nunca llegamos a ver por escrito, y que era el hospital quien debía proporcionarnos el material de protección”, relata Emilia, también delegada de Prevención.

La pandemia no entendía de ciudad. En esta situación de desprotección no hubo centro, norte o sur. Muy lejos de Emilia, la también delegada de USO Carmen Martos recuerda una situación idéntica. En el Hospital Virgen de las Nieves de Granada, “faltaban las mascarillas y los EPI. Además, la sobrecarga de trabajo fue desorbitada. Nos sentimos abandonadas por nuestra propia empresa, Clece, nadie nos proporcionaba información o protocolos. La información que nos llegaba era a través del personal sanitario”. Y eso, a pesar de que se enfrentaban día a día a los residuos generados por el covid.

“Miedo” es la palabra más repetida entre el personal auxiliar hospitalario. En el Hospital Universitario Central de Asturias, Patricia Escaladas, delegada por USO en Lacera, la contrata de limpieza, al miedo le añade “frustración y responsabilidad. A pesar de las incertidumbres, las presiones por parte de la empresa y las precarias condiciones de trabajo, éramos plenamente conscientes de la importancia de intentar garantizar un nivel de asepsia consecuente con la situación. Pero teníamos que hacer reclamaciones constantes para que nos proporcionaran los EPI adecuados. Sufrimos un grave agravio con otras categorías que tenían el mismo tipo de contacto y sí recibían equipos de protección”.

Los vigilantes se plantan y piden la misma protección frente al coronavirus

Alexis Alemán lleva 21 años trabajando en el Hospital Universitario de Gran Canaria Doctor Negrín. Es vigilante y recuerda, como si fuera otra vida, los primeros días de la pandemia: “creo que aún no estábamos confinados ni era obligatorio llevar mascarilla, pero ya por entonces interactuábamos todos los días con pacientes. En general, no solo con el covid, para cualquier cosa que no sea operar o pinchar, nos llaman a nosotros”.

Ya conscientes de la irrupción del covid en nuestras vidas y nuestros trabajos, “tuvimos tuvimos que denunciar a la empresa por falta de medios de protección. No había EPI, teníamos miedo. Cuando realmente me di cuenta de a qué nos exponíamos fue el día en el cual, a las seis de la mañana, estábamos con un señor que no quería colaborar durante el ingreso. Nos encontrábamos la doctora, las enfermeras, auxiliares y celadores, todos con mascarillas, y nosotros, dos vigilantes, que éramos los únicos sin mascarillas. Yo le pregunté a la doctora por la falta de mascarillas y esta contestó que realmente no eran necesarias, que la usaban por precaución. No lo comprendíamos y dijimos que, si no nos daban mascarilla, no íbamos a actuar. Lo pasamos muy mal. Hoy lo pienso y fuimos valientes al hacer ese parón. Pero creo que era lo que teníamos que hacer: si no nos daban mascarillas, no actuábamos, fuese con quien fuese. De hecho, le escribimos 7 u 8 veces a la empresa con informes reclamando material de protección. Ante su pasividad, no nos quedó más remedio que denunciar”, relata Alemán.

El delegado de USO-Canarias reconoce la laboral del hospital en todo momento. “Nos apoyaron siempre. También le pedían a la empresa que nos proporcionara la protección. Por suerte, no ocurre como en otros sitios, donde no se preocupan de la rotación constante en las contratas. Aquí no querían que tocaran a su plantilla habitual, quieren a su personal de toda la vida”.

Perder a un compañero: la cara más amarga del covid-19

El peor momento laboral lo tuvo Alexis Alemán al perder a un compañero por covid-19. “Uno de los compañeros de servició falleció por coronavirus en el propio hospital. Parece que no tuvo origen laboral, pero nosotros estábamos en primera línea. Actuábamos con pacientes que no sabíamos si estaban enfermos de covid o no. Tampoco se hacían PCR, como ahora. Íbamos ‘a pecho descubierto’ en todo momento”, recuerda.

El trato con los fallecidos por covid endurecía las condiciones de trabajo, además de la carga psicológica, de las limpiadoras. “A la tensión acumulada por la falta de material y el caos en los hospitales, se sumaba el aumento de los cadáveres en las plantas. Eso nos provocaba aún más miedo e inseguridad, ya que teníamos que trabajar constantemente en un lugar infectado por el virus y sin defensas contra él”, revive Emilia González desde A Coruña.

“Nunca nos ha importado la calificación que nos diesen”, recuerda Patricia Escaladas sobre el debate de primera o segunda línea. “A pesar de las posiciones clasistas por parte de algunos, siempre hemos sido conscientes de la importancia de nuestra función y estamos muy orgullosas de lo que hacemos”, el problema era la diferencia de protección, no de nombre, coinciden todas las delegadas de limpieza de hospitales. “Temíamos por nuestra salud, por la de nuestros familiares y por la de los usuarios. Además de la falta de EPI, éramos incapaces de desarrollar todas las tareas encomendadas por la falta de personal. Vivíamos en un estado permanente de angustia”, relata Escaladas.

Noviembre: la segunda ola triplica el trabajo en los hospitales

¿Ha cambiado algo hoy, desde ese “a pecho descubierto”? Las segundas olas provocaron de nuevo sobrecargas inasumibles, pero algunas enseñanzas en protección ya se habían adoptado. También había menos escasez de material de barrera frente al virus: la imagen de las batas de bolsas de basura o las mascarillas caseras desaparecieron, aunque no siempre hubo los EPI necesarios. El virus seguía complicando el trabajo.

Cuando aún muchos trabajadores no se habían repuesto de la primera ola, la más brutal y mortífera, llegó la segunda. Noviembre supuso una nueva bajada al infierno. “Se nos triplicó el trabajo en limpieza”, recuerda Emilia González. Quien incide en que, a pesar de que las mascarillas ya eran un bien de uso común, “nos daban una para toda la jornada. Hasta mediados de este enero pasado ha sido así: una quirúrgica al día, a pesar de que se establece que solo deben usarse cuatro horas”.

“Tenemos que agradecer la solidaridad de empresas de fuera de Galicia, de Madrid y Barcelona sobre todo, y de una gallega, Toldos Gómez, porque nos enviaron mascarillas de tela y pantallas de protección para el personal de limpieza. Somos 250 trabajadoras. Nuestra empresa nunca nos ha protegido”. Al contrario, recuerda Emilia, “al principio, con estas donaciones, pudimos dar 3 mascarillas y pantallas a cada compañero, pero la empresa nos prohibió usar materiales de protección que no diera el propio centro. Por ello, donamos lo que no pudimos utilizar a residencias de mayores y ayuntamientos. La solidaridad que nos habían mostrado no se perdió”.

Ellas, por su parte, tras decenas de reuniones y medidas de presión, “recibimos la mascarilla FFP2 homologada, y más provisiones de otros EPI. Pero es que tuvimos que reclamar hasta el papel higiénico, porque nos lo habían reducido. Y los uniformes, cuya entrega se programó en julio y aparecieron en diciembre”.

En el HUCA, en Oviedo, revivieron parte de los problemas de marzo: “la carga era exagerada. Si ya es elevada en una situación normal, quien no lo haya vivido no puede hacerse una idea de lo que suponía la pandemia. Teníamos que pelear constantemente para que se contratasen refuerzos de plantilla. Era muy difícil estar en una lucha continua”.

Y el mismo sentimiento de “más información pero el mismo miedo al contagio” en Granada. Porque, recuerda Carmen Martos, “también nosotras tenemos muchas veces familiares sensibles a nuestro cargo”.

El personal de “segunda línea” de los hospitales, un año después ante el covid

Emilia González no pudo más y acabó necesitando una baja médica. “Teníamos problemas cuando reclamábamos más protección, se creaban tensiones también con los pacientes. A veces no podíamos hacer nuestro trabajo porque unos u otros nos interrumpían. A mí llegaron a ponerme una falta leve por dejar el carro en el pasillo”. Finalmente, le diagnosticaron ansiedad, producto de la sobrecarga y el acoso, y aún hoy permanece con una incapacidad temporal.

“En mi caso, por seguir de baja, no estoy vacunada. Pero varios de mis compañeros ya lo están. Ha habido bastante descontrol en el abastecimiento y reparto de vacunas por parte del Sergas”, el Servicio Gallego de Salud.

Lamentan ambas, Emilia y Patricia, y es un sentimiento común referido a contratas de la Administración Pública, que tanto el Sergas, como el Sespa y Gispasa en Asturias, no se emplean con contundencia para hacer cumplir con la seguridad en sus empresas dependientes. Y añaden que la falta de refuerzos de plantilla se debe, únicamente, “a motivos económicos, algo que no debe ser la guía para un servicio así”, recuerda Escaladas. Denuncia que Emilia amplía en el caso de A Coruña, “donde, para ahorrar más y tener más subvenciones, la empresa contrataba a compañeros con discapacidad, pero después no se hacía cargo de sus necesidades especiales en un momento así”.

Tampoco han cambiado algunos comportamientos en Granada. Carmen Martos recuerda que “la empresa sigue sin cumplir en temas de salud laboral. La plantilla tiene que hacerse cargo del lavado de uniformes a pesar del riesgo que comporta su contaminación. Y, a todo eso, se le suma la sobrecarga, que tampoco ha cambiado. Todavía hoy, cada vez que entran un enfermo o un familiar nuevo hay que desinfectar todo lo que utilizan”.

El personal de cuidados, a la cola de sus propios cuidados

A medio camino entre la sanidad y los cuidados se quedaron las auxiliares de ayuda a domicilio. Sensibles como pocos trabajadores por el colectivo de personas con el que trataban, el más vulnerable entre los vulnerables, quedaron completamente desamparadas en cuanto a medios de protección para desempeñar su labor.

Mamen García es la presidenta del comité de empresa de Jabalcuz, la empresa que gestiona la dependencia en Jaén capital. “Lo vivimos con mucho miedo. Era algo desconocido, teníamos una dura batalla diaria, pero todas las compañeras estuvimos totalmente comprometidas con no dejar de atender un solo día a los dependientes”.

Destaca Mamen la importancia de la acción sindical y el trabajo previo en salud laboral, la gran olvidada del trabajo hasta que la pandemia irrumpió. “A pesar de la falta de suministro, conseguimos que las trabajadoras dispusieran de los EPI necesarios para el desarrollo de su trabajo prácticamente desde el principio del estado de alarma. El otro frente contra el que había que luchar era la sobrecarga y niveles muy altos de estrés. Apenas había gente por la calle y las cuidadoras salíamos todos los días, de domicilio en domicilio, era una sensación que generaba mucha incertidumbre, porque nos faltaba hasta el transporte habitual para ir de unas casas a otras”.

Julia Sánchez es también de Jaén. Forma parte del equipo de ayuda a domicilio de la Diputación. Recuerda los primeros días como “un caos, porque los pilló desprevenidos, no tenían mascarillas ni ningún material para prevenir el contagio por covid. Trajes, zapatos y guantes sí que teníamos ya antes de la pandemia”.

Un EPI completo porque el contacto, en su caso, es inevitable: “los usuarios están encamados. Ya normalmente tenemos sobrecarga porque no contamos con grúas y padecemos mucho de la espalda. Pero es que en ese momento no sabíamos si alguno de los dependientes podía estar contagiado. Había miedo a tratar con ellos y con sus familiares, todos sin mascarillas en los domicilios. Para asistir a los usuarios, los cogemos con nuestro propio cuerpo”, ilustra Julia. Mamen apostilla: “imagina hacer eso con batas, guantes, mascarilla, visera, patucos y, en algunos casos, con monos”.

Cuidar de todos menos de uno mismo

En la primera ola, Julia y Mamen no recuerdan que hubiera casos de covid entre sus compañeras. También, reflexionan, puede ser que sí los hubiera pero no pudieron detectarse por la carencia de pruebas PCR. Pero Julia Sánchez recalca que “después de Navidad, han salido muchos más casos de auxiliares que han estado ingresadas, contagiadas por covid, o confinadas, haciendo cuarentena, por el trato directo con usuarios que habían dado positivo”.

Poco a poco, se le perdió el respeto al virus en algunos ámbitos, y Mamen corrobora ese crecimiento de casos porque han vivido escenas “de poca responsabilidad por parte de muchos usuarios y sus familiares”.

En otro orden de cosas, “he de decir que tuvimos suerte con nuestra empresa. Hicieron caso de nuestras demandas y trabajaron de forma consensuada. Me consta que en otras empresas de la provincia y de toda Andalucía no se colaboró igual con sus trabajadoras. Empresas grandes y solventes fueron incapaces de dotar a su plantilla de los medios esenciales de protección, como guantes. Nos llegaron quejas, a través de nuestras afiliadas en otras empresas, de usuarios que tuvieron que rechazar la prestación por miedo a contagiarse de su cuidadora, que no llevaba la protección más básica”, denuncia Mamen García.

La esperanza de la vacuna en un sector preferente frente al covid

“Muchos cambios” desde hace un año hasta hoy, tira la vista atrás Julia. Pero, el principal, “que ya nos hemos puesto la primera dosis de la vacuna y hay un poco de esperanza”.

No fue fácil. “No somos considerados primera línea. Somos auxiliares, de segunda clase”, se queja Mamen García. Y eso que, recalca, “vamos de domicilio a domicilio, realizamos las compras de alimentos, vamos a farmacias, a los centros de salud, etc. Estando muy expuestas en todo momento, nos sentimos como ‘residencias ambulantes’. Por eso instamos al Ayuntamiento de Jaén a que priorizara a nuestro colectivo, por nosotras y por nuestros usuarios, para recibir la vacuna”.