Los dependientes esperan entre 4 meses y 3 años por una resolución de cuidados, lo que empeora su vida y condena a sus cuidadoras no profesionales a abandonar el empleo remunerado

Entre 200.000 y más de 300.000 personas, según los medios de comunicación, están en lista de espera para terminar su evaluación y percibir las ayudas por dependencia. En un trimestre, fallecen 24.000 personas sin haber recibido la ayuda. La espera media por la resolución de los expedientes sigue superando el año. Además, en función de la comunidad autónoma, con una diferencia en general entre norte y sur, puede oscilar de los 4 meses en Castilla y León y País Vasco a los casi tres años de Canarias y dos de Andalucía.

“Es intolerable que una persona altamente vulnerable muera antes de recibir ayuda para sus cuidados. La Ley de Dependencia puede ser un buen texto, pero sin recursos es solo un papel. Y este es un deber que recae tanto en los PGE con en las Administraciones Autonómicas. Todas las instituciones públicas son responsables de sacar adelante este servicio básico del bienestar social y la dignidad humana”, sentencia Lourdes Pedrazuela, secretaria de Políticas Sociales, Igualdad y Formación de USO.

La mala política de cuidados, contra las mujeres

Además de lo inhumano del abandono de los cuidados, la lentitud en la aplicación de la Ley de Dependencia tiene otras implicaciones sociolaborales. Implicaciones que afectan a las mujeres.

La falta de ayudas al cuidado de los mayores y grandes dependientes, pero también el lento avance en conciliación y corresponsabilidad, así como una red insuficiente (o costosa) de escuelas de 0 a 3 sobrecargan a las mujeres. Porque siguen siendo ellas quienes, ante la imposibilidad de cuidados profesionales externos, asumen los cuidados en casa y se recortan las jornadas laborales o, directamente, abandonan su trabajo remunerado fuera del hogar.

Las mujeres trabajan 7 horas más a la semana que los hombres. Pero, si atendemos a horas remuneradas o no, las horas no remuneradas de las mujeres duplican a las masculinas (26,5 por 14) y, al contrario, los hombres perciben salario por 6 horas más a la semana que sus compañeras: 39,7 horas semanales de media los hombres; 33,9, las mujeres.

La falta de una red social de cuidados, así como el lento avance cultural de los estereotipos de género sigue perjudicando la independencia económica de las mujeres durante su vida laboral y, por extensión, al final de esta en las pensiones.

Los cuidados profesionales, también para las mujeres

El rol de cuidadora profesional también se escribe con a. Las profesiones más feminizadas están relacionadas con los roles tradicionales de la mujer y su papel en el hogar. Así, limpiar, cuidar y atender pueden resumir los grandes sectores con presencia mayoritaria de mujeres. Sectores precarizados en salarios y jornadas. La limpieza o los cuidados, como la atención a domicilio, son sectores con un alto grado de parcialidad, con contratos por horas. Y, además, con convenios colectivos de salarios bajos, plagados de categorías profesionales referenciadas al SMI.

“La tradicional menor presencia en la vida pública de las mujeres también ha influido en que se hayan incorporado más tarde, de forma generalizada, a la primera línea del sindicalismo. Así, los convenios colectivos que históricamente han sido más fuertes son de actividades masculinizadas, como la minería o el metal, que llevan un siglo de ventaja en cuanto a sindicalización. En los sectores feminizados, ha habido un reflejo de la sociedad: incorporación más tardía y en menor medida a la actividad y lucha sindical. Y eso ha repercutido en que esas profesiones, aún hoy, sigan estando menos reconocidas en condiciones y remuneración”, analiza Pedrazuela.

“Mejorar esos convenios, tanto con la ampliación de jornadas como con una mejor remuneración, ayudará a equilibrar la brecha de género. Además, una mejor atención revierte, sin duda, en el bienestar de las personas dependientes”, abunda la dirigente de USO.

Otros cuidados que empobrecen

El cuidado, en el amplio sentido de la palabra, no es el único factor que merma la calidad de vida de quienes lo necesitan y empobrece a quienes lo ejercen. La Encuesta de Condiciones de Vida, que evalúa, entre otros factores, el riesgo de pobreza y exclusión social, expone otros indicadores que también empobrecen.

Por ejemplo, en lo relativo a salud y calidad de vida, la última encuesta refleja que la asistencia médica supuso una carga pesada para el 7,0 % de los hogares, frente al 7,2 % en 2017, 5 años antes. Y, en el caso del gasto en medicamentos, supuso una carga pesada para el 6,9 % de los hogares frente al 7,8 % de un lustro antes. Es decir, muy poco avance.

“Hay consultas que se consideran un lujo en vez de una necesidad y eso es inadmisible. Por ejemplo, las coberturas en odontología, oculista, fisioterapia… acaban en demasiadas ocasiones, por obligación y no por elección, en la sanidad privada. Y eso es un coste añadido que muchas familias no pueden permitirse”, reivindica Lourdes Pedrazuela.

De hecho, la encuesta arroja datos en ese sentido. Las personas con mayores ingresos pudieron acudir en mayor medida a especialistas o dentistas. A especialistas, el 64,3 % de las personas de ingresos altos frente al 45,6 % de los bajos. En el caso del dentista, la relación es aún peor: 63,9 % frente al 37,5 % de personas de bajos ingresos que se lo pudieron permitir.

Cuidados para (sobre)vivir

Por todo esto, Joaquín Pérez, secretario general de USO, llama a reivindicar los cuidados como una parte más de las demandas para este 1 de Mayo. “Tras la demanda de unos salarios para vivir, no para sobrevivir, subyacen muchas ramificaciones que componen esa renta necesaria para una vida digna. Recibir cuidados y asistencia es una de ellas. Y recibirlos sin caer por ello en la pobreza o tener que renunciar al trabajo remunerado es una obligación de nuestro estado del bienestar. La cobertura de los cuidados a las personas dependientes está garantizada por ley, pero luego esa ley se incumple por falta de dotación”, recuerda Pérez.

“El bienestar de nuestros mayores, de los más pequeños, de las personas con discapacidad… no puede esperar uno, dos, tres años. Son personas vulnerables que, a su vez, crean otra vulnerabilidad en sus cuidadores; sus cuidadoras, casi siempre. Sin unos cuidados dignos para vivir, tanto las personas cuidadas como las cuidadoras estarán hablando más de supervivencia que de vida digna”, remarca el secretario general de USO.