Los trabajadores de supermercados se convirtieron en símbolo de todos los que hace un año enfrentaron al covid-19 atiendo al público: hoy se sienten olvidados por las medidas para otros de primera línea

Los trabajadores de supermercados se convirtieron en el símbolo de las profesiones que, de un día para otro, pasaron de ser “de segunda clase” a “esenciales”. Cajeras, reponedores, vigilantes… no solo en supermercados, sino en otros centros de distribución comercial de primera necesidad, no pararon. Y no solo no pararon: se les multiplicó el trabajo hasta límites agotadores.

Un año después, rememoran un reconocimiento efímero. A la avalancha en los supermercados los días previos al estado de alarma, le siguieron unos meses de un trato al que no estaban acostumbrados. Hoy, lamentan que ese cambio de actitud duró poco: tanto en el trato de algunos clientes como de sus empresas y los gobiernos. Para regular los horarios, recuerdan, siguen siendo esenciales. No para las vacunas, a pesar de su permanente exposición al contagio.

El estado de alarma paralizó toda la actividad. No la suya. Un año después, hacen memoria de sus meses más duros y reivindican coherencia para su sector.

El mostrador y la exposición de los trabajadores de supermercados

Guadalupe y Seila trabajan en la cadena de supermercados gallega Gadis. Ambas son a su vez delegadas sindicales por USO-Galicia y ambas han trabajado de cara al público durante la época más cruda de la pandemia. En esas semanas, atender al público era una profesión de alto riesgo, suponía una exposición de la salud personal desconocida. Un riesgo que se asumía con una total desinformación y abandono.

Aún se sorprenden al recordar lo que vivieron, la fiebre por comprar digna de un período de guerra. “Desde el principio vimos cómo los clientes tenían un afán desmesurado por comprar. No acataban ni las mínimas normas sanitarias. En ese aspecto, vimos una falta de empatía y un egoísmo total por parte de mucha gente”, reprocha Guadalupe. Comparte su análisis Seila: “hubo de todo, como en botica, pero las imágenes de la tele hablan por sí solas. Eran la pura realidad de las tiendas las primeras semanas. Y nos sorprendía mucho que la gente de edad más avanzada, que son el principal grupo de riesgo, se tomara las cosas tan a la ligera. Parecía que el virus no iba con ellos”.

Actitud y situación desconocidas hasta entonces que, recuerda Guadalupe López, “se unía a las condiciones habituales de trabajo. Íbamos cargando un extra de agotamiento físico y mental enorme. Tuvimos muchos trabajadores con cuadros de ansiedad o depresión por la presión bajo la que ejercíamos nuestra labor. En mi caso, por ejemplo, dejé de lado las horas sindicales para retomar los turnos completos y, como muchos de mis compañeros, quedándome además fuera de horario”.

Y eso a pesar de que justo la labor sindical tuvo más peso y más horas de dedicación que nunca. “En todo momento estábamos en contacto con los compañeros, con el resto del comité de empresa y con la dirección de la cadena. “En ningún momento dejé de trabajar, ningún miembro del comité de USO se cogió sus horas sindicales durante todo el confinamiento para poder estar al pie del cañón junto con el resto de compañeros”, corrobora Seila.

Los trabajadores de supermercados, ahora, “ya no son esenciales”

“No nos dieron información, no nos proporcionaron medidas de protección ni medios para conseguirlas. Creo que nuestros gobiernos no estuvieron a la altura, nos sentimos desprotegidos e indignados”, afirma Seila García. Deficiencias en la gestión y coordinación que aún hoy perciben y les afectan: “serían convenientes unas medidas comunes para todos los establecimientos comerciales, como un cierre a la misma hora, para tratar de reducir la propagación en todos los ámbitos. Además, siguen sin cumplirse con las medidas propuestas hace un año. En marzo de 2020 era un desconcierto total, pero un año después seguimos cometiendo muchos de aquellos errores”.

Guadalupe López destaca una mayor concienciación general entre la población cuando acude a los supermercados, pero eso no esconde que sigan cometiéndose, incluso creciendo, las actitudes incívicas. Así, Seila relata, entre otras observaciones, que, ahora que ya no hay escasez de geles hidroalcohólicos y guantes desechables, o que los establecimientos llevan meses correctamente señalizados, “muchos clientes han dado un paso atrás. Se incumple más que nunca. Vemos cómo se ha relajado la precaución con las distancias de seguridad, cómo hay que obligar a muchas personas a que se echen gel, vuelven a tocarlo todo en vez de solo aquello que van a llevarse, viene toda la familia en grupo a comprar…”.

Y todo ello sintiéndose “olvidados y abandonados por todo el mundo. Se presta más atención a otros sectores, pero el comercio se ha olvidado. Pedimos ser incluidos como personal esencial a nivel de la vacunación. Estamos de cara al público en todo momento y nuestro riesgo de contagio es alto”, reclama López.

Igual de reivindicativa se muestra Seila, “estamos muy decepcionados. En marzo y abril de 2020 éramos esenciales. Estuvimos exponiendo nuestra salud y la de nuestras familias. Un comercio cierra a las 6 de la tarde pero nosotros, porque somos ‘esenciales’, cerramos a las 21:30, con más tiempo de aglomeraciones. ¿Y no somos esenciales para las vacunas?”.

Los otros trabajadores de los supermercados

Todo el personal que trabajaba en cualquier puesto de la cadena de distribución no pudo quedarse en casa. Aunque en algunos eslabones estaban menos expuestos al contacto directo con el público, “vivimos un clima de tensión sin precedentes”, recuerda Rubén Rouco de aquel marzo de 2020.

Rubén es preparador de pedidos en Gadis y delegado de USO. Está con sus compañeras de venta en que “la gente, de repente, se volvió loca por comprar todo lo que pudiese. Tuvimos que trabajar todos los días de descanso, fuera de horario… La sensación era de un constante agobio. Todo el mundo quería estar en casa, por lo que teníamos que dar mucho más de nosotros para que saliesen todos los pedidos. No estábamos acostumbrados a manejar la cantidad de paquetes que se pedían esas semanas. Trabajabas, trabajabas… y veías que la carga no bajaba. Al contrario”.

Su compañero Luis Frade lo rememora en términos similares: “era un caos. Para poder cumplir con toda la demanda, teníamos que trabajar de lunes a domingo, echar muchas horas extra y, a pesar de todo, afrontar la carga mental de saber que seguía quedando otro tanto por hacer. Podemos decir que hemos sobrevivido: no había sábados ni domingos ni días libres”.

Ambos, en contacto directo con almacenes y mercancías, siguen sorprendiéndose del clima de miedo al desabastecimiento que se generó. “Los productos no se acababan. Sí tardaban más en llegar las cosas por los problemas de transporte, pero es que la gente se echaba a comprar como loca pensando que no iba a haber nada al día siguiente. De hecho, a nosotros nos llegaba más mercancía, tanta que a veces no teníamos dónde almacenarla u ordenarla para tenerla a mano. Nunca lo había visto desde que trabajo en el sector”, cuenta Luis. “Algunas tiendas se llevan unos 20-30 palés diarios del almacén y en aquellos días tenían que llevarse 70. Era la locura”.

Medidas de protección: “las tomamos por instinto”

Sonríen de medio lado si recuerdan “los protocolos”, “las medidas de protección” en marzo o abril. “Medidas tengo que decir que no he visto medidas oficiales como tal hasta agosto”, se sincera Rubén Rouco. “Para entonces, ni siquiera era obligatorio el uso de las mascarillas en los puestos de trabajo. Ahora sí son las correctas: se desinfectan las zonas comunes, como los vestuarios y las taquillas, y se utilizan los productos de limpieza necesarios para que se reduzca el riesgo de infección al mínimo”.

Luis Frade le pone un apellido si habla de medidas tomadas… “medidas tomadas por nosotros mismos”. “Nosotros tomamos una serie de medidas para evitar brotes en el trabajo: modificamos los horarios para no estar tan juntos; establecimos distancias de seguridad en salas comunes; teníamos siempre a mano el gel hidroalcohólico… Además, llevábamos mascarilla antes de que fuese obligatorio por ley, aunque al comienzo eran muy difíciles de conseguir. Por suerte, o por esas medidas autoimpuestas, hubo muy pocos casos entre nosotros”.

Sí, había personas tras la “fiebre del papel higiénico”

Aunque se haya convertido en un tópico, nadie recuerda ya el confinamiento sin hablar del siempre olvidado y de pronto santificado papel higiénico. Quizás el humor, tan necesario, hizo del acopio industrial del papel higiénico su bandera para llevar un poquito mejor la situación extrema que estábamos viviendo como población. Pero también tras esas carreras por llevarse el último rollo había trabajadores enfrentando el cara a cara sin saber exactamente a qué se exponían.

Hablar genéricamente de supermercados como las únicas tiendas de primera necesidad que se mantuvieron al pie del cañón diluye el trabajo de otras grandes cadenas que siguieron abiertas al público, como fueron las droguerías. La fiebre por el papel higiénico es la punta del iceberg del boom de productos de limpieza. Voló el alcohol, también la lejía. Volaban todo tipo de desinfectantes. Volaba tanto el material, que tampoco las trabajadoras tenían.

“En tienda nos faltaron los guantes, como en todos los sitios. Y después las mascarillas. Pero, por suerte, teníamos una buenísima delegada de prevención que se preocupó durante todo el tiempo de solicitar a la empresa lo que nos faltaba. A base de pedir y pedir, nos iban dando cosas. Pero podrían haber actuado mejor”, reflexiona Eva María Navarro, delegada sindical de USO en Clarel de Zaragoza.

Durante esas primeras semanas de estado de alarma, “no solo enfrentábamos el cansancio físico de vender, reponer, limpiar, descargar camiones, atender al público… Se unía la tensión personal de querer hacer todo y más, y no llegar. Además del desconocimiento. Poco a poco, nos fuimos adaptando a las circunstancias”, recuerda Eva María.

“Yo no quería ir a trabajar”: el sentimiento generalizado con el que había que luchar cada mañana

“Yo no quería ir a trabajar”, reconoce sin tapujos Soledad Gálvez, poniéndole voz a lo que muchos trabajadores esenciales sentían y tenían que enfrentar. “El miedo a salir de casa era muchísimo. Y, además, nos faltaban los materiales básicos que en ese momento recomendaban: guantes, mascarillas, gel…”, recalca Soledad, también delegada en Clarel. Curiosamente, en su lugar de trabajo era donde se tendrían que haber vendido la mayor parte de esos materiales si hubiera habido existencias.

Sobre el reconocimiento colectivo a una labor tan invisibilizada como es el mediano y gran comercio, ambas, Eva María y Soledad, coinciden en que “la empatía duró el mes de marzo y el de abril”. “Después, hemos vuelto a… mejor no se dice. En ningún momento hemos dejado de ser trabajadoras de segunda. Cuando empezó todo, nos valoraron algo, pero fue una mera ilusión”, refuerza Eva María. Su compañera añade que “en algunos casos, las tiendas abiertas fuimos la excusa para poder salir de casa”. Sin evaluar los riesgos propios y ajenos, a pesar de no ser una necesidad.

“Ser esenciales”, flor de un día para los trabajadores de supermercados y comercio

Como el resto de sus compañeros de comercio, Soledad y Eva María destacan que siguen teniendo el mismo contacto directo y continuo con las personas que les valió “ser esenciales” o “ser primera fila” en marzo de 2020. Pero “a la hora de la vacunación, está visto que seguimos consideradas de segunda o de tercera categoría”, denuncia Eva.

Con la sobrecarga del estado de alarma “la empresa nos dio una gratificación, pero durante un mes”, añade Soledad. Hoy por hoy, sin embargo, siguen trabajando en condiciones muy parecidas sin ese reconocimiento económico o de refuerzo de plantilla ante las nuevas tareas que les ha regalado la pandemia por covid-19.

“Es muy angustioso no llegar a todo, ya que siempre trabajamos una sola persona por turno. Ha pasado un año, pero aún que hay que estar pendientes de que se cumplan las normas en las tiendas: que la clientela entre con la mascarilla bien puesta, que se echen gel… Todo tiene que estar desinfectado y limpiado constantemente…” relata Soledad Gálvez. Su compañera y también delegada de USO lo resume en “somos las policías de la tienda”.

Y coinciden en que “sería interesante que ahora también se nos considerara tan esenciales para la vacunación. Seguimos igual de expuestas que en el estado de alarma”, apunta Gálvez. Eva María Navarro añade que “somos personas que estamos diariamente de cara al público. Cada uno tenemos nuestro padre y nuestra madre, nuestra familia vulnerable. El reconocimiento fue solo un espejismo: seguimos siendo de segunda fila”.

Los otros trabajadores esenciales de los supermercados denuncian el mismo olvido

Como ocurría en los hospitales, donde muchos más trabajadores que los meramente necesarios fueron necesarios para su funcionamiento, se daba también en el comercio. Álvaro Suárez es vigilante de seguridad en La Laguna, Tenerife. “Nosotros no cerramos en ningún momento, la alimentación siempre estuvo abierta. Lo que hizo el hipermercado fue cerrar las zonas de artículos que no eran de primera necesidad y se mantuvieron alimentación, droguería, informática, telefonía…”, resume el inicio de su experiencia con el estado de alarma.

En el centro comercial donde se sitúa el Alcampo donde presta servicios, “se cerró el área comercial”. En su caso, “las medidas eran casi nulas. Al principio, se usaron mucho los guantes. También empezamos a utilizar las mascarillas de papel, pero desconociendo en realidad el procedimiento. No había todavía control de gente, había nerviosismo y avalanchas… Y eso que nuestro trabajo fue un poco más fácil porque todo está en un solo nivel. Los compañeros que tenían que trabajar en superficies de varios niveles lo pasaron aún peor. Al principio, se gestionaban dos entradas, pero era una locura, así que la dirección optó por dejar solo una entrada y a día de hoy seguimos así”.

Con la paralización de la actividad, los supermercados fueron, sin embargo, los grandes beneficiados en facturación. Y Álvaro lamenta cómo, “a toro pasado, te das cuenta de que primó el negocio, la venta. No había control de aforos, las colas eran inmensas, había cientos de personas en el hipermercado. Tratábamos de cortar la entrada y la dirección venía a decirnos que no podíamos. Se puso en riesgo nuestra seguridad y la de los clientes”.

La sempiterna falta de EPI y la falta de personal para aplicar las medidas

Con el control de aforos, se nos hizo costumbre ver a los vigilantes a la puerta de supermercados más pequeños, donde nunca los ha habido. En el caso del hipermercado, sí los había previamente. “Pero estuvimos muy cortos de personal. Hablamos de un área de ventas de 12.000 m2. Eso, en muchas ocasiones, lo gestionábamos únicamente dos vigilantes. Y había problemas de continuo: los empujones, la famosa época del papel higiénico y otros disparates… La gente a veces se metía por los lineales que estaban cerrados… porque, en realidad, no podíamos abrir, por ejemplo, el bricolaje. Pero había gente que sí necesitaba cambiar el teléfono de la ducha y no tenía dónde comprarlo porque esos comercios no se habían considerado de primera necesidad. Pero otros le echaban un poco de picaresca al asunto… entraban en esos lineales cerrados a venta, lo cogían y lo llevaban directamente a caja. Tuvimos momentos tensos, peleas y faltas del respeto al personal”.

Claro que han sufrido agresiones, resalta. Muchas, por obligar a la gente a llevar mascarilla. En general, “al día tenemos de seis a diez agresiones verbales o enfrentamientos con clientes. Hemos tenido que sacar a gente o llamar a la policía. Sigue habiendo negacionistas que pretenden acceder al hipermercado poniéndonos en peligro a todos. También hemos padecido agresiones físicas, pero por suerte llegan rápido del control o de la galería para prestar apoyo, o la policía en los peores casos, que nunca ha fallado”.

Álvaro se suma a la carencia que padecieron todos los trabajadores que se jugaron su salud cara al público: “la dotación de EPI dejó bastante que desear. Mi empresa, Prosegur en este caso, tardó mucho en darnos alguna protección, y fueron solo dos mascarillas con válvula por persona. El hipermercado, por suerte, nos proveyó de algunas mascarillas más y podíamos ir alternando. En un principio, cuando recomendaban usar guantes, usábamos tres pares al día y lo que nos daban eran cinco pares al mes. Luego, con las mascarillas quirúrgicas… dos para 15 días, cuando decían que debían ser dos por turno de 8 horas. Las FFP2 no las hemos conocido ni con Prosegur ni con Sasegur, que ha tomado el relevo”.

La Administración: ni dio la talla ni fue ejemplo de protección de su plantilla

No solo los trabajadores de comercio mantuvieron una actividad esencial de cara al público. La pesada máquina administrativa, escasamente digitalizada y muy lejos de dar ejemplo, mantuvo varios servicios con atención personal y presencial. Fue el caso de la Administración de Justicia.

Pedro Galiano ejerce en la Ciudad de la Justicia de Málaga. Además, es delegado del Sindicato Profesional de Justicia de USO-Andalucía.

“La sensación de tener que acudir a tu puesto de trabajo sin EPI fue idéntica a la de cualquier otro centro de trabajo u otras administraciones que también mantuvieron la atención presencial: incertidumbre. Nuestros delegados de Prevención se volcaron en todas esas semanas, pero, a pesar de sus esfuerzos, el material de protección llegaba a cuentagotas”, recuerda Pedro. Pero la labor de los delegados sindicales, especialmente los de Prevención, no se limitó a pelearse con la Administración, en este caso de Justicia, para que dotara de EPI a su plantilla.

Llegaban pocos, pero, cuando llegaban, “había que usarlos y no estábamos acostumbrados a trabajar así. Tuvimos que hacernos poco a poco a ello. Pero no se trataba de que nos los dejaran caer sobre la mesa. Había que tener una información precisa de su uso y vida. Y esa labor didáctica solo nos llegó por nuestros delegados de Prevención de SPJ“, valora la necesaria presencia sindical.

¿Servicio esencial? Sí, pero esencial es también la seguridad

Los trabajadores de la Justicia y otros órganos administrativos, al igual que los de supermercados y otras actividades primordiales, saben que “hemos sido un servicio esencial y prioritario desde el primer momento. Así lo dispone la normativa del estado de alarma. Nunca hemos dudado de que la Administración de Justicia y sus trabajadores tengamos que ser un servicio esencial. La confusión estuvo al principio en la dosificación de la presenciabilidad, la disposición de los turnos en las sedes judiciales, el control en los aforos de trabajo…”, enumera Galiano.

El tener que atender constantemente a otras personas de forma presencial “hubo una parte que se vivió con la normalidad de una administración con cotas muy altas de atención a la ciudadanía y al público. No somos una administración que trabaja en cubículos: la gente entra en los edificios judiciales, en los juzgados. Atender a la ciudadanía es algo que llevamos en la sangre, por así decirlo. Y no digamos otros servicios como el Registro Civil o el de Notificaciones y Embargos, que hacen su trabajo a pie de calle o en el juzgado de guardia”. Pero, recalca, en medio de una situación anómala, “esta prestación de servicios había que normalizarla teniendo por bandera la seguridad en el trabajo”.

Y ahí la Administración no fue la mejor jefa. “Insisto en que la labor de nuestros delegados de prevención ha sido vital. Paralelamente a intentar que el servicio se prestara con la debida normalidad y calidad que requiere, hemos tenido que luchar por que se adapte la carta de permisos que antes no estaban previstos, como la del contacto estrecho, por ejemplo. A un año vista, nosotros seguimos exigiendo a la Administración que cuadre de una vez una normativa sobre el control de aforos, que no la hay ahora mismo en las sedes judiciales, o un sistema de citas previas que permita una mejor gestión de esos aforos”, ejemplifica el delegado de SPJ-USO-Andalucía.

Y, para terminar, recuerda que la Administración de Justicia, sin ir más lejos, debe “implantar cotas dignas de teletrabajo. No pedimos que se inventen para nosotros, sino simplemente porque ya se está realizando en otras administraciones y ahora mismo en Justicia son irrisorias”.